martes, 20 de septiembre de 2011
"La Golondrina..." de un Angel que camina por esta Tierra
Aquel mes de mayo, siempre lo recuerdo, cayó sobre mí una golondrina que gorgojeaba, Era tan pequeña, solo era una cría, su madre yacía a unos pocos metros sobre el sucio suelo. La cogí en mis manos y con suavidad la acerqué a mi cara y le susurré bajito, muy bajo "cuidaré de tí" y podrás volar surcando los mares en busca del Sol.
Corrí apresurada y en la tierra húmeda, busqué con los dedos y encontré lombrices que robe a unos sapos y con un palito y mucha paciencia, trocito a trocito le llené la tripa hasta que se hartó y el sueño llegó.
Muy de madrugada, noté un picoteo cerca de mi cara, desperté asustada y allí estaba ella, era tan chiquita, tan llena de vida. Pedía su comida con mucha insistencia. Me vestí deprisa y la alimenté. La miré a los ojos, esos ojos negros, tan llenos de luz, ella dió un saltito y en mi hombro desnudo se dejó caer; la saqué al jardín, ya eramos amigas.
Le contaba cuentos sobre golondrinas y ella me escuchaba siempre entusiasmada y me preguntaba con su habla de pájaro si ella aprendería a volar tan alto y tocar el Sol.
Volarás muy alto, serás la mejor, yo le respondía y ella sonreía y batía sus alas con mucha energía.
La primera clase para alzar el vuelo, no fue tan difícil. Desplegar las alas, lanzarse hacia arriba, subir hasta el cielo, hacer piruetas, planear en el aire, bajar en picado casi aterrizar sin tocar el suelo, volver a subir, girar y girar una y otra vez, con mucha elegancia. Fue maravilloso, algo majestuoso.
Aprendió tan rápido y con tanta gracia surcaba los cielos, llegaba hasta el Sol, bajaba hacía mí, con sus alas negras y su pecho blanco y depositaba un cálido beso con su corto pico en mi boca roja.
Los meses pasaron, tan rapidamente y llegó el otoño y mi golondrína se moría de frío, su cuerpo temblaba le faltaba el Sol.
Y llegó el momento de iniciar el viaje hacia tierras nuevas, llenas de aventuras y aquella mañana cuando desperté, ya no estaba ella, no tuvo el valor para despedidas.
Se marchó muy triste en busca del Sol, se llevo mi alma en su pecho blanco, me dejó muy sola.
Pasaron los meses y un día de verano al amanecer, mientras yo soñaba con mi golondrina, se abrió la ventana. Se oyó un gran estrépito de voces de pájaro y allí estaba ella, junto a su bandada.
Me miró a los ojos, me entregó una flor y muy despacito con mucha ternura un beso en los labios me depositó.
Isabel Ramírez Soriano
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